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CAP. II: Con Dios y con el Diablo

Entre el bien y el mal existe una delgada línea. Aprender a verla nos convierte en hombres inteligentes. El mundo como diría Holmes, está lleno de cosas evidentes, en las cuales nadie se fija ni por casualidad. Esa línea es un buen ejemplo, la línea en si, por definición consta de una sucesión de puntos en el espacio, ¿No es acaso el punto un pequeño espacio también? No importa su dimensión, no de momento, lo que importa es la conciencia de ese espacio porque conocer ese espacio entre el bien y el mal mis amigos, es ser capaz de comprender aquellas situaciones en las cuales se puede cometer actos sin juicio ni castigo posible, ¿cómo se define aquel acto que por naturaleza es completamente subjetivo y sin ser pecado es tampoco una buena acción? Saber comprender y dar un nombre a todo esto es el truco, la carta bajo la manga que llevaría tanto al mendigo como al rey a la máxima de las grandezas.


No sé como llegué a aquella situación pero allí estaba plantado yo ante esta, tratando de definir el amor, no para plasmarlo y adornar su afamada belleza, no, lo que trataba era de explicarme a mí mismo el concepto del mecanismo del enamoramiento humano, quería entender la capacidad de ser amado, quizás así podría definir a cual de aquellas dos hermosas mujeres debía yo amar, y quizás hasta lograría entender si y por qué me amaban ellas a mí.

Ella era hermosa, me encantaban sus ojos pequeños, el millar de pecas en su tez blanquísima como la crema, de la cual brotaban la más hermosa cabellera roja que yo había visto, su sonrisa iluminaba su rostro tímido y a mí me encantaba aquel rostro, tenía la risa más inteligente que había escuchado en una mujer y confieso que la comedia (muy a menudo trivial) resulta ser una herramienta común en mis artes de seducción.

Por otro lado estaba su rival, una mujer menuda y finos razgos envueltos en una melena oscura que encendía su expresión. Aunque de baja estatura era una persona imponente, su caracter extrovertido sacaba carcajadas hasta a una estatua, sin embargo era su picardía la que me atrapaba, esas piernas bien torneadas y sus mágicos tobillos que nunca parecían cargar con peso alguno, como si flotara, capaz y era mi mente la que flotaba y se perdía entre su perfume y el sonido de su voz.

Ese era el dilema, al menos en un principio, si usted nunca ha sido infiel, o no fue nunca hombre o aun no ha nacido; debería intentarlo, no es que quiera yo sugerirle tomar el camino del pecado, sin embargo prefiero que piense mal de mí y se aleje de esta lectura antes que intentar continuar sin ser capaz de entender los motivos básicos por lo cual los hombres constantemente cometemos este tipo de estupideces; Y me sentencio yo mismo, sí, de haber sido estúpido un par de veces en esta vida y espero con esto sopesar el desagrado de cualquier femina a quien llegue este relato, por cierto querida, tranquila esta no es la mía una historia de un mujeriego rompecorazones, hace tiempo que el "estupido" me queda holgado.

Bien, ¿donde estábamos? Ah sí, divagabamos en la dificil decisión de escoger entre dos grandes mujeres, de si escoger el camino de el pecado o retirarme como un caballero inmaculado, o quizas hallar la manera de vivir ambas maravillosas experiencias sin hacer daño a nadie y mantiendo mi moral intacta.


Ese era el tipo de decisiones que Onom siempre me ayudaba a tomar, pero ya habrá tiempo para resolver ese acertijo mas tarde. De momento prefiero volver al asunto principal por el cual estamos todos aquí, el presente lo dejaremos para el postre, despues de todo, cada presente es un regalo ¿no?